Cinismo Atrevido

 

 

Cinismo atrevido

 

 

  • Buenos días, mire le vengo a traer este billete.
  • Espere, que llamo al director.

 

Diego conocía a la mayoría de los vecinos del barrio. Ejercía de aparca coches.

 Siempre atento indicaba donde existía el ansiado aparcamiento.

 Estos le retribuían agradecidos con algún euro por “servicio”.

 El Barrió de una clase media había quedado subsumido entre grandiosos edificios de   oficinas, por el engrandecimiento de la ciudad. A vista de pájaro; un parche que   estorbaba.

Diego cada día puntual, disfrutaba el alba recorriendo las estrechas calles del barrio centenario. Los saludos sinceros de los vecinos le apaciguaban sus atormentados oídos.

Esa mañana despuntaba soleada.

Diego creyó que buscaba aparcamiento el coche desconocido que recorría la calle a una velocidad ínfima.

  • Aquí señor. De la vuelta se lo reservo.
  • ¿Ud. es nuevo en el barrio?

Aparcó el coche. Con una mirada despreciativa, extrajo un billete de 200 euros y se lo alargó.

Se tensó la corbata color rojo fucsia y desapareció hacia el ensanche de la ciudad nueva.

  • “Simpático el tío, pensó Diego”.

Al momento se dirigió al mercadito donde cada día compraba tres piezas de fruta. Era su desayuno habitual.

Hola Luis; un tío peculiar, diría yo, trajeado y luciendo una corbata atrevida, le busque aparcamiento y me soltó uno de 200.

S i-le respondió Luis- compró fruta, ni las gracias dio. No es vecino.

  • De 200 no tengo cambio, ya me darás. 

Diego  era un vecino más.

Pero era un hombre sin historia. No preguntaban ni tampoco él contaba. Solo cuando alguien se interesaba, respondía con una mueca triste; “Soy un hombre alto y discreto al que le sobran años y le falta vida”.

Compartía habitación en una modes ta pensión del mismo barrio.

Entre psicotécnicos y legislación las oposiciones a correos se le hacían cada tarde más sencillas.

Añoraba el mullido del colchón en horas nocturnas. Cambiaba su confort por un amor incondicional con la que mantenía innumerables charlas sobre el devenir de su infortunio y su no deseada soledad. Su siempre inseparable luna.

 Vigilaba unos almacenes de mercancías aeroportuarias

 La zapatería con casi el centenar de años sobre sus muros era la única con solera de la   ciudad. “ Zapatos a medida para el cliente más exigente”. Rezaba una leyenda en su   fachada.

  •  Paqui esta noche deseo trabajar con unas deportivas nuevas.
  •  De 200 no tengo cambio Diego, ya me pagaras.

Juan regentaba una ferretería. Alardeaba del negocio familiar. Su almacén era una reliquia, donde se podía conseguir material de una antigüedad infinita. Se preciaba de ser amigo personal de Diego, por ello no opuso ningún obstáculo cuando a este no pudo cobrarle.

Otro día te pasas por aquí Diego.

    -Un poco excéntrico el tío que te los dio, ¿no?

   - Lo mismo pensé Juan.

 

El centro comercial desfiguraba lo añejo del barrio. Había sido construido sobre un terreno de modo especulativo. 

 Diego deseaba darse el lujo de estrenar chándal.

  •  La máquina dice que este billete es falso.
  •  ¿Está segura señorita?

    -   Señor la maquina no miente.

  • Iré a confirmarlo al banco. Perdone, mañana volveré.

Cruzando la avenida, la ciudad rezumaba aire de modernidad. Del ensanche de la misma, emergían bloques de oficinas, hoteles, viviendas que se presumían de lujo.

La oficina del Banco ocupaba la parte baja del edifico con enormes cristaleras. Un luminoso letrero y dos cajeros a cada lado de la entrada al mismo le delataban.  

El interior del banco olía a pulcritud. Los empleados, en traje, repetitivos emanaban una sonrisa poco cómplice y una amabilidad forzada.

  • El director, le señaló la secretaria, estará con usted en un minuto. Él le confirmará si realmente su billete es falso.
    Diego se sentía extraño en el banco. En su última visita le comunicaron que le embargaban el piso por unas deudas que él no había contraído. Una historia que le costó el divorcio y el despido de su precario trabajo en una fábrica de porcelana en su país de origen.

No le agradaban las oficinas suntuosas plagadas de hombres con trajes sin estilo interno e hipocresías reservadas. La mayoría destilaban falsa modestia y una desechable pulcritud.

 

  - Mire ahí llega, le hizo saber la señorita amablemente mientras atendía a otro cliente.

Incrédulo Diego se restregó los ojos. A veces la hipermetropía le jugaba malas pasados. Hacía más de cuatro años que no visitaba al oftalmólogo.

  • Joder, pero si es el tío que me dio el bille…

Zum.

Una detonación imperfecta le atronó los oídos. Al intentar reconocer de donde provenía, giró el cuello, en el mismo instante que notó un objeto cortante, metálico y frio sobre el mismo.

  • Ni respires cabron o te juro que no vuelves a ver a tu puta familia.

Diego comenzó a sudar al sentir la hoja afilada oprimirle la garganta.

  • Puta cajera llena esta bolsa hasta que reviente, o le rajo el pescuezo a este negrata; no ves que esto es un atraco.
  • Y tú hollín, mete este billete en el bolso.

Diego compungido intento con un mínimo gesto alzar la vista hacia el atracador.

- Señor el billete es falso, le dijo.

   - Cago en tu puta madre. Para que te acuerdes de mí.

 Diego percibió como el bisturí se trasladaba de oreja a oreja. En el mismo instante su hipermetropía       comenzó agudizarse. Sus parpados se entristecieron.

  Se deslizó suavemente hacia el frio suelo, intentando taparse la herida de la carótida.

 Las betas azuladas del mármol, comenzaron a serpentear a través de un túnel del que era imposible       adivinar el final.

Un líquido negruzco y viscosa comenzó a emborronar el color amarillento de un billete de 200, entrelazado en los dedos del hombre caído.

Entre nebulosas no pudo deletrear unas palabras al final de este.

“Soy un hombre alto y discreto al que le sobran años y le falta vida”.

Posterior a la fuga del atracador, tensándose la corbata roja fucsia, el director se dirigió a la cajera.

  - ¿Que deseaba este mendigo?

  - Solo me dijo que se llamaba Diego, venía a entregar un billete falso de 200 que parece le dio un desgarrado engominao.

  - Ni caso Ramoni.

  - Crea mis palabras.

  • “La puta convencida no es de fiar”

 

Manu & Willy