El Desvan

 

 

El desvan

 

Se había convertido, con gran trabajo y a pesar de grandes altercados con su familia en un gran fotógrafo. Por su estudio, uno de los más deseados de la ciudad, desfilaban un sinfín de personalidades, modelos, actrices, directores de cine, novias. Todos deseaban ser plasmados para la posteridad por la cámara de Oscar.

Hacía tres reportajes al mes, ni uno menos. El tiempo restante lo dedicaba a su afición favorita; pintar. El jardín y sus vistas al exterior actuaban como musas.

En invierno notaba reverberar la nieve a través del cristal. En verano bajo la sombra de una morera trazaba figuras femeninas en el lienzo a las que trasmitía toda la sensibilidad que la naturaleza y sus padres le habían otorgado a él. A su lado su inseparable perro Truan.

A veces, la mente le “flotaba” recordando a sus padres, al momento la melancolía se adueñaba de el. La vida no les dio tiempo para verlo triunfar como lo había hecho.

  - “Serás un simple fotógrafo de pueblo, le reiteraba continuamente su madre. Hazte arquitecto como el abuelo, un gran futuro se abrirá ante ti”.  

 

Miró a su hija;  - ¿Clara me acompañas a la buardilla’?

La niña se desbordó de alegría, el desvan para ella era su rincón preferido de diversión.

Abrió el baúl, la sonrisa le reapareció de nuevo en su rostro demacrado. Se dedicó una vez más a mirar con deleite las miles de fotografías que su madre había ido guardando a través del tiempo.

  - Chiquitina mia ya sabes el juego, tú elige una y yo te cuento su historia.

  - Toma papá esta.

Sopló el polvo de la fotografía  y de sus labios agrietados broto una afligida sonrisa.

Leyó: Mayo 1977.

 

“Salió del cuarto oscuro y se la enseñó.

  -Mira que caras.

 Mi padre le mostro la foto con orgullo a mi mamá. Allí estaba yo, cámara en ristre con ojos de asombro intentando fotografiar a mi vecina Dunia.

  - ¿Sabes; el niño desea ser fotógrafo.

  - Ni se te ocurra enseñarle. El debe ser arquitecto como mi padre, reiteraba inagotablemente mi mamá.

  - Esa noche no pude dormir; sabes hija, tus abuelos discutieron. Mi mamá  seguía insistiéndole a tu abuelo que me quitase la idea de la cabeza de ser fotógrafo; se morirá de hambre le decía; a lo cual el abuelo le repetía una y otra vez; deja al chiquillo. ¿No ves que es su pasión?

  - Y ella insistía; ¿Si no es por mis padres donde viviríamos?

 

Mi papá, salía a trabajar cargando al hombro un bolso negro. Cada día volvía con una sonrisa anhelante.

  - Carmen, no me molestéis hasta la hora de comer, voy al cuarto oscuro. Así llamaba al reconvertido desván.

  - Cuando finalizaba  su cara reflejaba la esencia de la felicidad. Disfrutaba con su trabajo.

En el momento que supe abrir la cremallera del bolso negro  hurgaba y sacaba todos los cacharros que encontraba.

Vivíamos apartados del pueblo, en una chalet que miraba al bosque. Un rio de aguas cristalinas era mi lugar de baño. Mi padre pescaba en el.

  - Papá porqué los tiras otra vez al rio?.

 - Pobres, solo pesco para relajarme.

 - Yo seguía sin entender nada.

 - Papá quiero ser fotógrafo.

 - Tu mamá, desea que seas arquitecto.

Al menor descuido de sus progenitores extraía la cámara del bolso. A la sombra de un olivo se dedicaba pacientemente a fotografiar los estorninos que se posaban en el porche. Extasiado, intentaba hacer lo mismo  con las mariposas que atraídas por la belleza de los rosales pululaban alrededor de estos. Los cuales al verlas le rendían cautelosa pleitesía ante tanta belleza desbordante de las mismas.

  - Oscarin dame la cámara, al averiguar tu abuela mi austero  escondite, la custodiaba hasta la hora de volver a “ prestársela” a mi padre.  

Mi impaciencia me obligaba continuamente a desobedecer a mi progenitora. Desde peque fue así.

Solo con meses ya intentaba asaltar la cuna de mi amiguita Dunia. Era para mí un castillo a conquistar. Cuando los padres con la niña se acercaban a casa a visitar a tus  abuelos.

Nuestras casas compartía la valla de unos pulcros jardines.

  - Dunia acompáñame al rio te haré una foto con el vestido que tu mamá te ha regalado para tu cumpleaños. 

- Tú lleva el trípode, saldrán las fotos mejor si lo usamos dice mi papá.

  - Yo me encargo de la cámara; es una Yashica, ¿sabes?.

- ¿Que vamos hacer? me interrogó con esos hermosísimos ojos que de mayor le servirían para ser una de las modelos más cotizadas por las ópticas.

  - Una foto, se la regalaremos a tus papas.

 El vestido rojo hacia juego con los claveles que engalanaban su jardín. Su pelo recogido, sus ojos de mirada melancólica entreveían una timidez temprana, que nunca con el devenir de los años se separaría de ella. Su pose con su cara de niña angelical, sin ella percibirlo, acariciaba la altanería.

  - “Cuando sea mayor me enamorare de ella, pensé”.

- No te muevas voy a colocar la cámara como hace mi papá.

  - ¿Pero tú sabes?

  - Claro, soy fotógrafo.

  - En ese preciso instante retronó en mis oídos mi nombre: Oscarin !

  - Me asuste. Era un retumbón agónico. Volví la cara.

  - A pocos pasos, mi progenitor cámara en ristre hacia tintinear el  clik de su Yashica último modelo.

  - Y así fuimos inmortalizados para la posteridad.    

  - ¿No te regañó el abuelo?

  - Nunca lo hacía. Desde aquel día lo acompañé en su trabajo y lo finalizábamos juntos en el cuarto oscuro.

   - Siempre con la nula anuencia de tu la abuela.

   - Derrochado el primer año en la facultad de arquitectura, retorne al pueblo, Adquirí mi primera cámara profesional. Me dedique entre otras cosas a fotografiar a la niña de vestido rojo y los ojos de cristal azulado.

    - Y tu según intuyo deseas seguir mis pasos hija?

  - Si papá, pero deseo fotografiar edificios. 

  - Papá me gusta  la foto. Además la niña se llamaba como mamá; Dunia.

  - Claro hija ya lo pense cuando la vi con aquel vestido rojo, dije: “Que cuando fuese mayor me enamoraría de ella”.

                                                                                                                                                                                 Manu & Willy.