El supermercado

 

El supermercado

- ¿Qué extraño fue nuestro encuentro, verdad? -Me susurro Ana - mientras acariciaba mis labios con suaves y melosos besos.

Las 20.00, Miércoles, día de compra semanal. A ello me dispuse como todo hijo de vecino. Al centro comercial.

- “La primera en la frente me dije” Allí estaba casi invisible. Un aparcamiento.

En el mismo instante intentando usurpármelo, un mastodóntico y ruidoso coche. Lo debía conducir alguien de baja estatura. Su cabeza   apenas destacaba del volante.

 Atrapados en medio de la nada ninguno de los dos optó por cederle el aparcamiento al   contrario.

 -Educadamente me apee del vehículo y me dirigí a ella; -Señorita, lo he visto yo primero. -   “Nada atractiva observe”.

Sin bajarse del vehículo y con mirada ausente - me imagine que era una feminista de esas acomplejadas. Me miro; ¿Es suyo el parking?.

Su cara a través del parabrisas me pareció de una geisha. Sus ojos no dejaban de observarme, no sé si con amabilidad o con odio extremo.

Rostro deslucido, ojos achinados mirada triste. Unos pendientes que imaginaban un caballito de mar. Los mismos intentaban  embellecer su cara achinada, con nariz de pico de cigüeña.

Me imagine unas orejas como alas de murciélago ocultas por una melena que no le hacía embellecer ya de por si su deslustrado rostro. Me pareció el bus bony en femenino.

Apoyada sobre mi cuerpo y acariciándome la nuca, Ana iba recorriendo pasmosamente mi pecho con sus suaves y dóciles manos siguiendo al detalle mis precisas indicaciones.

- Puedes continuar hacia abajo, entretente por los contornos  de lo que en su día fue mi cordón umbilical.     

- Que mal educado fuiste me susurraba, pero detrás de tu cínica sonrisa creí al instante entrever una falsa apariencia de chulería postiza.

Por eso no dudaste en cederme el aparcamiento a cambio que te invitase a una caña que al final pagaste tú.- Es todo un caballero, pensé.

 - Sabes me encanta saborear y darte mordisquitos en tus orejas. 

 -Me gusta que me acaricien en silencio le dije. -Puto cínico era- “lo que no me gustaba era escuchar la voz   de  pito que emanaba de esa boca con labios belfos que a veces rechazaba besar”.

 Deduje que era una experta en esas lides. Sus pequeñas y delicadas manos se introducían entre los recovecos   de mi velludo cuerpo. -Disfruto acariciándolo me susurraba-, mientras su lengua  acariciaba mis pabellones   auditivos, que hacían temblar todo mi cuerpo desnudo. Nunca me atreví a impedírselo…mientras lo hiciese   en silencio.

- Puedes seguir hasta los pies le susurraba. Y ella obediente terminaba acariciándomelos.

Me recrearé entre tus piernas. Solo le respondía con mis ojos entornados y mi voz susurrante. -Cuanto desees.

Cuándo compartíamos unas cañas mi intuición me decía  que no tardaría en desperdigar nuestros deseos en su dormitorio decorado de paz y arena. Lo vi en sus ojos, arrebatadores de deseo.

En el Imperio Austro Húngaro hubiera sido un militar con bigotes entorchados y patillas uniéndose al mismo. Todo un galán de noche; y de día también.

Hoy me conformo con un vaquero, melena al viento, barba canosa y ojos que cautivan.

- Otro día traeré de mi farmacia crema para masajearte despacio y relajadamente.

-Pero debes prometerme que te dormirás con tu cabeza apoyada en mi entrepierna cuando me hayas dejado exhausta de placer.

Observe el rubor en su cara blancuzca.

Sus mini bragas, de un color morado claro, eran deliciosamente bonitas y apetecibles para mordisquear. Pero desprendían un olor que se confundía con el alcanfor. Dude.

Me recordó las palabras de mi  abuelo. –“Manolillo una mujer que huela así, lo usa poco”.

Mi libido se enfrentó a su mínima excitación. Pero volví a recordar otra de sus sabias y útiles enseñanzas; “Manolillo no solo de pan vive el hombre”.

Observe el rostro de placer contenido y expectante de Ana. Y como tal caballero deslice mi cara hacia su entrepierna. El olor penetrante que dejaron sus muslos en mi, invadió todo mis sentidos.

Cuando Morfeo me reclamó a su vera ni pude saludarle. Estaba exhausto. Por la mañana Ana era todo ella una irradiación de  placer.

Anoche estuviste extraordinariamente perfecto.

  Me esperaban días duros pensé, bueno estaba acostumbrado a mayores torneos a espada este  sería uno más.

   Relajado en la cama, me despertó el aroma del café del que saborearlo sería una delicia.

  -No te levantes cariño llevo en la bandeja tostadas. ¿No recuerdas que hoy es festivo?. Nos   toca    el día perfecto de cama.

-Pensé en retirarme, estaba decidido, o sucumbiría. Pero ese último día extraería las fuerzas restantes de mi ya casi consumido cuerpo. 

Resistiría..

-Mirándola le murmure. -Quiero saborear tus entrañas mientras beso tu esbelto cuello-. Date la vuelta. Encontré vaselina en la mesilla.

¿Que vas hacer? Entre almohadas de coralina le sumergi su cabeza para posiblemente no escuchar y solo sentir.

- Por favor suave me susurro.

Con una mano experta guie mi miembro hacia donde ella me insinuó en repetidas ocasiones, pero nunca se atrevió a exponer de forma meridiana.

Al instante su cuerpo se estremeció y dio un pequeño respingo lo que me ayudo a mitigar el suave esfuerzo que hacía para introducirme en estas diferentes y exquisitas esencias con el menor menoscabo posible.

Exhalo un pequeño gimoteo, dócil pero intenso. No me hagas daño  me insinuó.

Las almohadas amortiguaron los gemidos placenteros de ella, que dieron lugar a mi extenuación total con mis manos apretándoles sus esféricos y sensibles senos. Mientras mordisqueaba su nuca con una fuerza temblorosa e inusitada en mi. 

Los pequeños temblores que me trasmitió Ana fueron la confirmación que el temor que sentía al comienzo, se había ido desvaneciendo para dar paso a la delicia de los sentidos carnales. Se dejo llevar por un desbordante placer contenido hacia años, y nunca experimentado.

Ana explotando sudor por su blanco y frágil cuerpo, la cabeza escondida entre almohadas, exhalando un sollozo me “increpo.”

-Nunca pensé que fuera así. No puedo expresar lo que me has hecho sentir. Déjame dormir.

Derrumbado y sudoroso, me atreví a sugerirle. -¿Mas champan?.

Nos quedamos sin él, baja al súper. Vuelve pronto, me deseo acostumbrar a ti.

Mientras conducía, la extenuación se apodero de mí. -O ella, o yo, me dije.

Y  al instante recordé las palabras de ese gran y admirado militar:

«Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo»

A partir de ahora visitaré la tienda del barrio de toda la vida.

Manu & Willy