El surco de Linda

 

 

El surco de Linda

 

Delicadamente colocó la pequeña urna de cenizas a sus pies para no despertarla.

Se retiró de la fría sala donde habitaba el cuerpo inerte de la que fue la primera compañera de Linda.

 

Cuando miras hacia atrás, a veces añoras lo que abandonaste en el camino. A estas alturas de la vida, llega la hora de conmemorar y tu recuerdo te traslada a los ausentes.

Mi vida se compone de hilos, como la tela de araña, tejida de recuerdos unos buenos, otros habituales y los más, imperecederos, han formado parte de mí, están entrelazados. Uno advierte que ya la tela se va cerrando.

 

Y heladora esporádica mañana apareció entre ellos, blanca como la nieve, una perrita de mirada humilde, retozando alegría. Y ella reavivó la cansada y ya casi culminada vida de unos octogenarios a los que ya solo les restaba recordar la existencia de un tiempo pretérito.

Y los tres caminaron juntos a través del surco de la subsistencia que les restaba.

 

En un patio explosionado de flores de una casa humilde, la tarde te recordaba que se acercaba la estación donde los árboles lloran y tapizan la tierra con sus lágrimas marchitas. El padre de cuerpo curtido era objeto de la mirada atenta y el bullicio saltarín de Linda, este, con parsimonia duradera confesó a su hijo.

 

  -Siento si te hice algún mal. Con la cabeza gacha sumido en el perdón, siguió: Yo solo intenté ser buen padre. Tuve por lema lo que mis mayores me inculcaron:  trabajo, seriedad y honradez.

  -La vida acuña a fuego tu principio y tu final hijo, -siguió relatando el hombre de ojos pausados-, intuyo que esta se acaba.

  -Prométeme que no descuidaras a Linda, nos hizo más llevadero y menos sufrible este recorrido hacia nuestra última etapa.

 

Y la existencia siguió su inexorable destino. Y un día sin dar tiempo al tiempo las canas del padre, ya sin esperanzas se volvieron inertes.

 Y la perrita de alegría desbordada, quedó huérfana del hombre de canas laxas y   envejecidas.

 

 Y un día apagado y mohino, la compañera del hombre cano recaló de buena fe,   mediante engaños, con su perrita de ojos dóciles al amparo 

de unas personas con crucifico en pecho y hábitos negros como sus corazones. De almas desaliñadas para los animales, con la hipócrita creencia que estos no eran hijos de su Dios. Ignorantes de que su iglesia adora en los altares a San Francis de Asís.

 

Hermanos menores”, así llamaba el Santo a todos los animales como una forma de mostrarles su respeto; él los consideraba un regalo de la Creación.

 

Pero las mujeres de toca cubriendo su pelo y velo sobre la cabeza cerraron los ojos ante la avaricia de los bienes terrenales.

Y la perra de ojos obedientes fue objeto de regalo al mejor postor. Y quedó subsumida en el olvido.

 

La noche se presentaba apaciguada.

Pero los sueños se exhibieron cargantes, intranquilos, sin final, reviviendo las palabras del padre; “Cuida de mi perrita, ella ha sido parte de nuestras vidas hasta el ocaso”

La halló; desorientada, pero el hijo la desenterró del olvido.    

Y una tierra de sol permanente y naranjos esculpidos acogió a Linda.

Una mujer de sonrisa suave, ojos verdes y corazón desprendido transitó a su lado hasta el final. Y de nuevo la perrita de ojos vivarachos y sonrisa atrevida unió dos vidas antaño separadas y ensalzó sus corazones.

Y detrás de años acertados le llegó el final.

 

En estos tiempos de tristezas eternas, sonrisas apenadas y pensamientos espontáneos, Linda ya descansa junto a los pies de sus primigenios compañeros, ambos unidos en la infinitud del olvido terrenal. Pero esperando a caminar de nuevo por el imparable surco de la eterna vida.

 

El padre de cabellos avejentados y su segunda compañera de camino reposan a la espera de ser juzgados por el Dios misericordioso en el que a ambos les enseñaron a creer y profesaron hasta el final.

Y Linda volvió de nuevo con ellos, esta vez para caminar hacia la inmortalidad.

 

Manu & Willy