Noche de Quecas

 

 

La noche de mi “queca”

 

Hace solo unos días la coloqué junto a sus otras hermanas. Algunas ya cumplidos los cincuenta. Cada una representa una noche mágica.

El viento se llevó los años, como al globo que bamboleaba en el horizonte hacia un destino incierto, a veces cruel, otras inmisericorde. Para al final caer.

Aquellas noches añoradas ya tan lejanas, estaban desbordadas de  insomnio, miedos, nervios y esperanza.

 Era una noche mágica. Noche de reyes.

 Apura más chico, que son cinco pesetas, a lo tazón. Que esta noche vienen los reyes y mi niño ha de estar guapo. Le   incitaba mi padre al peluquero.

 Y mientras, mis lágrimas de niño sucumbían y se mezclaban, terminando fusionadas con los pelos de mi flamante f   flequillo adornando el frio suelo de mármol de la peluquería- relojería.

Así transcurrieron aquellos años de pantalones cortos, inocencia crecida, baños domingueros, luciendo flequillo a lo tazón.

Mi carta año tras año iba dirigida a Melchor. El negro no me gustaba y Gaspar me parecía serio.

Melchor, quiero: Un scalextric, unas canicas para jugar al “gua” un camión. Y no te olvides de mi Queca, que nunca me la traes.

Y las estrellas juveniles llenas de trazos de dulzura, se retiraban doblando  la esquina. Su misión;  seguir  aprovechando la noche restante por ellas preferida y sembrar de  utopía  a otros parvularios infantiles.

Y todo era ilusión. La alegría se desbordaba y exhibiendo legañas con mocos incluidos, por los nervios, mis débiles piernas tropezaban con el frio mármol de las escaleras que conducía donde debía reposar mi Queca.

El vaso de leche para los camellos vacio. Mi ilusión también.  

Los Reyes nunca se olvidaron del balón y el camión, pero sí de mi Queca ”. Está reposaba en los zapatos de mi chacha.

- Y trastabillando me dirigía a “despertar” a mi mama.

Y les intentaba explicar con palabras torpes y ojos legañosos a nuestros “pijameros” padres, porqué se olvidaba siempre Melchor de mí Queca y a mi hermana todos los años le dejaba una.

 Mi madre le suplicaba. Explícale, vamos.

 Y mi padre dentro de su “alegría contenida”, somnoliento y al calor todavía  de su cama sonora de muelles y borra,   escuchaba y decía:

- El balón para los machotes y la Muñecas  para las niñas.

 Jamás supe que hacer con el llanto fortuito que nunca me abandono.

 Y la mañana siguiente la Queca de mi hermana reposaba en su cama inerte como una momia con los  labios   pintados de un horripilante color.

Era paciente, esperaba la noche.  Gateando sigilosamente acariciando el suelo me deslizaba y transportaba debajo de mis brazos la Queca a mi cama,  cambiándola por el balón y el camión.

-Joder, este niño es maricón, bramaba mi padre al despertar y verme tremendamente feliz.

Dudaba constantemente de mi masculinidad en su interior.  

Y pasaron los años, sin detenerse. Unos felices, otros inoportunos, los mas, risueños. Y ya nunca volvieron los pantalones cortos ni me pelaron a lo tazón. 

Y me hice mayor. Y mi sonrisa se volvió color arena rosácea. Y mis esperanzas de tener una queca se esfumaron con el viento de los sueños que acariciaban continuamente mi mente de niño lleno de alegrías.

Y a veces volvieron las lágrimas.

A su muerte, mi siempre añorado padre aparte de su sabiduría y buenos consejos como herencia me lego varias Muñecas que había ido coleccionando en secreto para mí.

Hoy, la noche vuelve a ser mágica, los nervios a flor de piel no me dejan saludar a Morfeo. Las ventanas ya no permanecen abiertas para dejar entrar a los reyes como antaño lo hacían mis padres. Pero al amanecer de esa noche mágica miro los zapatos y allí esta; Una Queca. Ya Melchor no se olvida de mi, será para resarcirme de sus antiguos olvidos. O posiblemente, pienso, será mi padre que me hace llegar esa Muñeca mágica que en aquellas noches de niño me negaba. 

Vamos Willy a mimir, es noche mágica, noche de Quecas.

La ilusión nunca se ha desvanecido. Sigue siendo una noche mágica, noche de Reyes, noche de “Quecas”.

Manu & Willy