Los zapatos de charol

 

 Sus zapatos de charol

 

Cuando despues de años Manuel volvió al pueblo, a la casa que le que le vió nacer, sus recuerdos volvieron a su niñez: Manolin. El, intentó abrir la puerta de la vivienda, esta lo hizo con dificultad. El óxido acumulado entre sus bornes habia hecho mella en ellos. El tiempo de descuido y desamparo sufrido, no habian perdonado. Lo recibió un patio desangelado, sin nadie que lo habitara, con un  silencio que asustaba, entre los escasos muebles ya arrinconados en el insipido domicilio. En en la casa se respiraba tristeza. Atrás, quedaba el bullicio diario de antaño. El tiempo, transcurria inapelable. La casa seguiriá atestada de historias, pero ya vacía y afligida, resignada, a su inevitable destino: el olvido.

Entristecido, transitó por sus habitaciones. Y alli seguía en un rincón, disimulado y adornado por telas de araña, reposaba un baúl, superando el paso inalterable del tiempo. Sin quejas extemporáneas, ni aullidos de vaivén. En silencio. En su interior, vestidos esponjosos y recuerdos atemporales que, al abrirlo desprendieron olor a naftalina. En una caja, recogidos, unos pequeños zapatos de charol.

 Allí languidecen, agrietados y carcomidos. Los cordones aburridos, esperando ser abotonados de nuevo algun dia. El, se trasladó de nuevo a sus años de niñez. Los observó con sonrisa infantil. Los recuerdos  volvieron a aflorar.

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En aquellas fechas, nunca se vistió de nazareno. No le gustaba ir embutido en un capirucho, ni en una tunica que le tapase sus zapatos nuevos de charol. E ir desfilando con paso bobalicón. Su entusiasmo, era ver a los penitentes recorrer las calles del pueblo. Despues correr a endulzarse su boca con pestiños de roscautrera, sabrosas rosquillas, y alguna que otra, oreja de fraile, que su madre gustosa les ofrecia despues de asistir a la diaria procesión.

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Aquellas noches, de domingo de ramos, con sus murmullos lejanos le entristece. Los años transcurridos vuelven a emerger. Una sonrisa aturdida, retorna a su rostro cubierto de canas, que le recuerdan, que el tiempo de la inocencia ya pasó. Pero sonrie: cada año en días de penitencia, el, estrenaba zapatos de charol.

Y recuerda que, aquellos dias anteriores a la  Semana santa, todo era bullicio en el patio y la azotea de esa casa humilde, y ahora triste que al cruzar su pasillo lo recibió. Olor a risas, azucar  y harina, se entremezclaban entre todos los dedos inquietos de su familia, para concluir, en una masa con sabor a iglesia y procesión. 

Se acercaba el domingo de  "la borriquilla", y las calles se inundaban de palmas. Era día de nervios, de repeinarse, y de estreno de sus zapatos de charol. Y esa tarde, los chiquillos relucían, paso tras paso, y miradas ocultas, acompañando con sus caras inocentes, al Señor.

Y Manolin, con su rostro inocente y sus ojos hipermétropes, auscultaba a todos con melancolia e ilusión, con sus nuevos zapatos de charol.

Se avecinaba una semana de  recogimiento, de compasion y devoción: el jueves, la procesión de “los coloraos”. Y el viernes, la de "los blancos". El sábado, "la del silencio", y para finalizar, el Domingo, de resurreción.

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Y los recuerdos maduraron, pero pervivieron, y se hicieron eternos, en estos nuevos tiempos, ya cercanos a la vejez. Y atrás, quedaron los años de sonrisa beatifica, inocencia concebida, y maldad por conocer.

Y de continuo, las lágrimas afloran, sin pedir permiso, arrebujandose con estrechez, en recuerdos de unos tiempos añorados, de recogimiento, y de ilusión. De harina, azúcar, aceite, y dulces, a mogollón.

Madrugadas de procesiones. Carreras con un destino.  Musica sin estribillo, sonrisas de niños ingenuos, y de unos padres alterados: ¡Niños, Manolin, venir, venir, que vamos a ver, otra vez pasar la procesión¡

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Y ahora Manuel, ya alejado de la casa de su niñez, al tiempo que entorna unos ojos lagrimosos, encaja la tapa del baúl con sus recuerdos. Alli, seguiran reposando. Y la casa volverá a su sueño eterno. Como todos los que en ella existieron, y ya, forman parte de un descanso perpetuo. Ellos, continuaran en su memoria cada mañana, con sus sonrisas afables y un humor inalterable. A ellos, los que se fueron no les gustaban los lloros inoportunos, ni las despedidas estridentes. 

Y Manolin, con la cabeza gacha cierra la casa con lagrimas en sus mejilas: sabe, que no volverá.

***

Y la vida ya pasó. Y a Manuel, las canas perennes se le engarzaron, como justamente manda, la sagrada y arraigada, tradición.

En una tierra que no es la suya, pero es su lugar de acogimiento. Manuel, se levanta con tranquilidad sosegada de un sillon aburido de  tiempo. Abre su armario, y las lagrimas vuelven a florecer en su rostro. Los ojos se le enpequeñecen, y su sonrisa beatifica vuelve a el:  alli estan, viendo pasar el tiempo, recogidos y arrugados, sus antiguos, zapatos de charol. 

Manu, y Willy