Tanta-tantos

 

 

Tanta-tantos

Soy de esa generación que se llama de tanta-tantos. Soy de esas que de peque y en navidad solo te servían en bandeja polvorones y turrón. De esos niños que a los reyes le pedían una queca y amanecía en los zapatos  un balón o un camión, por eso de que los chicos éramos los machotes y las quecas para las niñas. Decía mi padre. Pero yo insistía año tras año, en mi queca. Y uno tras otro, Melchor, me ponía  el balón y el camión.

Con los años atesté mi dormitorio de quecas, unas regaladas y otras no. Mirándolas soy feliz, al recordar cada una de sus particulares  historias.

Soy de la generación que decía de Vd. a sus padres, de las que cedía el asiento del autobús a las personas mayores. De las que se sentaba  a los pies del abuelo en la lumbre, a escuchar a este contarle historias de su juventud, mientras los garbanzos se hacían a fuego lento en el puchero de mi abuela.

Soy de aquellos niños que, para desayunar, disfrutaba con una cata de aceite y para  merendar una onza de chocolate con pan.

Yo fuí de esos chiquillos con flequillo a lo tazón, que sentían impaciencia por crecer. Hoy en día ya con canas repetidas, soy de los que podría contar a sus nietos historietas pasadas y los enseñasen a caminar.

Y  tomé tierra en la Escuela.

Y aprendí honradez, y me enseñaron un porvenir. Y viví. Ahora toca descansar pero con el mismo espíritu que me formaron; indomable y batallador.

Me instruyeron, en el compañerismo, la honradez, el trabajo. Paso firme, altanero, y vista al frente.

Acudió un niño, forjaron un hombre.

Soy de esos del Vd. que se levantaban a la entrada del profesor, soy de esos del respeto continuo.

Y de los que nunca se preguntó el por qué.      

Y recuerda momentos incomparables, añora compañeros inigualables  y profesores insustituibles Soy de esos niños imberbes que un día estudio en colegio interno, de disciplina acomodada, comida tente-en-pie, bocatas de sardinas, de misas los domingos, de continuos sueños infantiles, y de marrullerías a tu-ti-plen.

Y me siguen llamando escolapio.

Soy de esos que recuerdan una educación no perfecta, lloros transitorios, sueños no cumplidos, pero continuas risas al amanecer. 

De esos que jugaron a la pídola, que cambiaban “santos” repetidos, engoligaban las bolas al gua, jugaban a la pelota en la calle, y comían con puntualidad feroz.

Soy de los que les enseñaban a sus padres las gafas rotas por un balonazo, y estos las “curaban” con esparadrapo y otra vez a jugar. ¡Ya está hijo, a tener más cuidado la próxima vez, me decía mi madre¡ No hay dinero para otras, hasta que te las traigan los reyes, que ya veremos.

 Y las gafas me duraban todo ese año con el vendaje sujetando el puente de las mismas.

 Y fui un niño feliz, a veces acomplejado por llamarme cuatro ojos mis compañeros de   párvulos, pero poseía destreza para escalar los arboles, admirar amapolas con mi maestro y   bañarme en la alberca, todos los veranos al lado de mi amiga, una galga llamada Mina.

 

Soy de esas generaciones que ya no se hacen, estamos al  parecer en desuso. “Fuimos creados a forja”

Con los años advertí que seguía siendo un machote, y que no me llamaba la atención el futbol, ni deseaba ya coleccionar más quecas. Pero mi  respeto hacia las personas mayores sigue incólume.

Soy de esos que sigue admirando, a los profesores que ilustraban las clases  con una sonrisa perenne, y que ya lucen canas ganadas a base de esfuerzo y dedicación a la enseñanza, estos afloran mi envidia.

Sigo  reconociendo la educación recibida que me hizo caminar por la vida con honradez, sin odio  y amabilidad hacia todos los seres creados por Dios.

Sigo agradecido a la escuela la educación recibida. La experiencia  y la vida pusieron lo demás.

Puede que ya, me sienta mayor.

En recuerdo a mis años de Escolapio.

                                                                                                                                                                    Manu & Willy