TONTERÍAS CON DIECIOCHO

 

 

 

Tonterías con dieciocho

 

Con los años Richard recuerda y añora, esa isla. Allá por los  años ochenta, con dieciocho se podría hacer de todo y allí se dirigió él, lleno de ilusión, fantasía, y un poco empujado por las circunstancias del trabajo.

Del Norte, al Sur.

 Todavía barbilampiño.

 Día tras día regresaba del trabajo siempre a la misma hora. A las tres  estaba en casa después   del turno de mañana. Si era por la tarde sobre las diez, daba solo tiempo a cenar y dormir.

 Cuando traspasaba las puertas de su lujoso, céntrico, pero minúsculo apartamento, con ojos   cansados y mirada turbia, allí estaba; su perra Venus, nerviosa, inquieta, deseosa de posar sus   patas siempre en la arena crujiente de las canteras.

 Con esos años Richard no era atractivo, pero tampoco rozaba la fealdad, no era muy   agraciado, pero poseía algo, que no podría definir. Se paseaba y seguro que disfrutaba con   lindas canarionas.  

 

Espigado, mirada crítica, acongojado, y ante todo un “buscavidas”, como se autodefinía.

Su sueldo no le llegaba ni a la primera quincena de mes.

Canarias, trabajo, apartamento, moto, la vida era de él.

Pero siempre estaba tieso.

Aparentar no estaba mal. En lo demás, pensaba; Dios proveerá.

Todos los días saludaba, y algún que otro, una cañita, que se racaneaba disimuladamente para ver quien pagaba, y así el automatismo semanal.

Un día siguiendo la rutina Richard comenzó  a andar más despacio de lo normal  miraba hacia atrás continuamente, de pronto; se  dio la vuelta  en la puerta de casa, y se le encaró.

Su trabajo no era para fiarse mucho de los demás.

Y empezó la discusión.

¡¡¡La primera hostia que te pegue te reviento los piños, gilipollas!!! ¿Por qué me sigues?

Perdón, solo deseaba hablar con Vd., le apuntó el chaval que estaba a dos pasos de él.

Mire soy homosexual

¡¡¡Tú eres un maricón de mierda y ya está!!! Le respondió.

Y la discusión subía de tono.

La bronca, la finiquitó un agente de la guardia civil del cuartelillo. Existía uno en la misma calle del apartamento que Richard ocupaba.

Al siguiente día saboreando la consabida cañita, se expandió en todo lujos de detalles sobra la discusión del día anterior.

Me regalaba un apartamento de lujo en la playa de las canteras, al lado de la comandancia de marina, por estar y vivir con el maricón de los cojones, no te jode, a cambio de no separarme en dos años como mínimo de él. Eso sí, me dejó claro que me lo escrituraba a mi nombre.

Le dije que se fuese a la mierda.

Joder se me pegan todos, llevo aquí en la isla tres meses y ya me han tirado los tejos dos mariquitas, esto está plagado.

Su apartamento estaba cerca de la zona de Guanarteme barrio de clubs nocturnos.

Ya desgajando la cincuentena, con sangrantes cuencas debajo de unos aturdidos ojos, él se mira al espejo y reflexiona:

¡¡¡Cuantas tonterías se cometen a los diez y ocho!!!

 

Manu & Will